El principio de no-intervención

Este texto lo escribí para Proyecto Khalo (teneis el post en su página web). Siento que es un trocito de mí, así que le doy un rinconcito por aquí:

“Me considero una persona muy empática: lloro con facilidad al ver los llantos de otras personas, siento los latidos del corazón en la garganta cuando veo a alguien pasar miedo y en ocasiones incluso creo oler cosas que simplemente estoy viendo en una imagen, como si me transportara de lugar, como si por un segundo dejara de habitar mi cuerpo y vistiera una piel distinta.

Durante mucho tiempo he pensado que esa empatía me ayudaba a la hora de relacionarme con otras personas. Me imaginaba en su lugar y sentía hasta en la punta de los dedos que fuera lo que fuera lo que le estaba pasando, me estaba pasando a mí. Mis amigues, compañeres o conocides me contaban sus problemas y alegrías y creía que cuanto más me pusiera en su piel, mejor consejo podría brindarles y más cómodo sería mi hombro.

La empatía me acerca a las personas, es cierto. Pero no puedo entender a una persona en su totalidad sin conocer todo el contexto que la rodea, sin poner el foco en sus experiencias y sensaciones. La empatía supone ponerse en el lugar de la otra persona con el fin de comprender como se siente, como piensa, que es lo que le ha llevado hasta ese momento y qué herramientas tiene para gestionar todo eso.

Pero cuando escondemos el concepto bajo la pregunta ¿qué haría yo en su lugar? nos olvidamos de todo esto. Le hablamos desde el yo, desde el ego, ofrecemos nuestra opinión personal basada en nuestros propios pensamientos y vivencias.

Por eso he llegado a comprender que hay momentos en los que la no-intervención vale más que un discurso construido con consejos pater/maternalistas. Se trata de servir de guía, escuchar y acompañar a la persona para que se sienta segura caminando por su propio laberinto descubriendo la salida.

En esta dirección, acompañar no significa hacernos responsables de la otra persona. Acompañar trata de escuchar, de no juzgar, de tender la mano y de respetar. Teniendo en cuenta que no siempre vamos a estar receptivas, que a veces nosotras mismas no vamos a encontrar fuerzas para hacerle frente a todo o que simplemente podemos tener un mal día, es muy importante saber que, en una relación de apoyo mutuo y cuidados es mejor situarnos sobre la delgada línea que separa hacernos cargo de los problemas de la otra persona, del desinterés y el abandono. Ser la compañera que camina de su lado sin marcarle el camino.”

El trocito de tierra

Desde la ventana del baño de mi casa, veo cada día a un hombre trabajando en su huerta. Sobre todo los días soleados. A veces llueve y se inunda todo, pero el barro no le impide seguir cuidando de su pequeño trocito de tierra. Se pone sus katiuskas y su sombrerito, y continúa donde lo dejó el día anterior. Aunque no siempre le acompaña el tiempo. Ha habido grandes nevadas, y ha hecho tanto frio… ese tipo de frio que se te mete hasta las tripas, ese tipo de frio que te atraviesa por dentro y recorre todo tu cuerpo en busca de grietas por donde seguir filtrándose. No son muchos días, pero cuando la nieve cuaja, me imagino al hombre sentado en el sofá de su casa, con una mantita y una taza de té, viendo películas antiguas y dejándose atrapar por el sueño recordando tiempos mejores.

No creo que el hombre odie la nieve. Sabe que cada año llega el invierno y con él días en lo que tendrá que descuidar un poco la tierra. Aunque no le guste la sensación de rigidez en el cuerpo, sabe que es importante que para que ciertas plantas lleguen a crecer fuertes, han de soportar temperaturas más bajas.

A veces me quedo observando al hombre. Trabaja la tierra y cuando se cansa, deja en vertical la pala y se apoya sobre ella, retomando el aliento. Y se queda observándola, analizándola, y es cuando recupera las fuerzas que continúa con su trabajo.

Hacía unos días que no veía al señor desde mi ventana. Todo este tiempo me he preguntado donde se encontraría y que sería de la tierra y de las plantas si él no volviera nunca más. Supongo que aprenderán a sobrevivir por sí mismas. Aunque en ocasiones no está de más tener alguien que te cuide y te riegue como lo hace él. Con mimo, con dedicación y con cierta ternura.

Yo quiero cuidar de mi misma y de las mías igual que ese hombre cuida de su huerta.

Quiero mimar mi cuerpo y regar mi mente.

Quiero dejar la nieve cuajar y prepararme una tacita de té hasta que vuelva a sentirme preparada.

Quiero florecer junto a las mías, y que eso suponga sobrepasar el jardín vallado de nuestras mentes.

Quiero hacer conmigo lo que ese hombre hace con su trocito de tierra.

Bienvenidas a mi salida de emergencia.

La Quebrada es una necesidad de expresión, una salida de emergencia.

La Quebrada busca generar reflexiones y agitar conciencias, hasta la suya propia. Porque no hay nada mas catártico que juntar letras para expresar sentimientos; que expresar ideas juntando letras.

La Quebrada nace de las flores que intentan brotar desde las grietas de mi cuerpo.